¿No veis estos tambores en mis ojos?
¿No veis estos tambores tensos y golpeados con dos lágrimas secas?
¿No tengo acaso un abuelo nocturno con una gran marca negra (más negra todavía que la piel) una gran marca hecha de un latigazo?.
El Apellido, elegía familiar.
Nicolás Guillén
Ya Nelson se ha preparado un negro café. Es una costumbre adquirida de la que presume siempre que puede y tiene algún invitado. Suele hacerlo como lo hacía su madre, o al menos eso es lo que explica mientras describe el secreto del buen café y lo hace con una delicadeza tal que sólo podría negarse a él alguien que como yo no pueda probar la cafeína. El abre sus ojos de rana sin entender muy bien la denegación que se repite domingo tras domingo mientras toma unas hojas de menta y un té y prepara con la misma delicadeza lo único excitante que mi cuerpo permite. Después de indagar sobre la denegación anterior permanece en silencio apoyado sobre el tapete a cuadros rasgado que mantiene desde hace años en esa pequeña cocina de un barrio de Lavapies. Mueve la cucharilla y su mente viaja al pasado familiar en el que se mece desde que tiene razón de ser.
Nelson presume de su apellido, dice que su arte musical proviene de él y mientras mezcla una conversación con otra intenta que la alumna comprenda que la música se puede hacer en cualquier lugar con cualquier objeto. Tras el último sorbo de ese café que le despierta comienza a mover la cucharilla rítmicamente mientras que con la mano derecha golpea la mesa y África, como si fuera una mujer voluptuosa se nos presenta en la cocina moviendo las caderas que él compara con las de todas las mujeres que ha tenido a lo largo de su vida, porque Nelson además de percusionista, es religioso, meditativo y conquistador. Yo le digo bromeando que es un cuatro por cuatro y él sonriendo a carcajadas se lamenta de no poder volver al pasado manteniendo el mismo tapete a cuadros, la misma cucharilla, el mismo olor a café y mi presencia, pero con sus veinte años menos y mientras tensa la piel del Yembe vuelve a pronunciar la frase que le vengo oyendo desde que le conozco “tu no sabes na”.
Todo es un ritual para él desde el amanecer. Se coloca frente a todos sus Santos y aunque el mundo se desmorone nada puede perturbar ese momento en el que Nelson se transforma y se hace grande rogando, pidiendo, alejando y solicitando a siete rayos que le mantenga la paz y luche contra la adversidad. Incluso mientras mueve los dedos en señal de plegaría chasqueándolos al unísono todo tiene un ritmo musical traído de allá señalando el ritmo como expresión por excelencia de África y es entonces cuando hace comprender a quien espere por él en silencio que esos tambores que él tan bien maneja son “una expresión de la divinidad utilizados para cada Orisha y para cada oficiante”* porque él se mimetiza con el medio y su medio es la música, la de antaño, la heredada, la que hace que todo el mundo se quede en silencio al pasar junto a Nelson, en las tardes soledadas y primaverales donde el Retiro de Madrid es un grupo de alumnos alrededor del “maestro” que les incita a tocar y tocar y tocar mientras de forma mágica se hace con el escenario y con todo lo que hay por los alrededores.
- Si cierras los ojos y golpeas con ritmo podrás ver a los Orishas - suele decirme para transportarme a los lugares que él conoce de mi interior, desde aquel día en que se sentó en mi banco preferido interrumpiendo mi lectura para leer en mis ojos. - Todos los seres humanos tenemos un don escondido niña y él tuyo todavía esta por explotar - dijo hace ya cinco años. Coloco un yembe delante de mí y me pidió que lo acariciará y le explicará que sentía al hacerlo. Yo, incrédula ante aquel hombre que se parecía más bien a una visión que a un ser humano normal y corriente de los muchos que pasean por allí, lo toque y me mantuve en silencio. - Dime que has sentido al hacerlo - me interrogo no sé a estas alturas si con la intención de escuchar mi respuesta o con el deseo de que yo me escuchará a mi misma. - Sentí a un Dios con un hacha en la mano que enseña la lengua burlón y danzarín y una mulata que contonea las caderas mientras mueve una campanilla, unos cuerpos sudando y una mujer gimiendo ¿cuál es el diagnóstico? ¿estoy loca verdad? - le dije a aquel extraño. - Solo el maestro aparece cuando el alumno esta preparado, y tú ya lo estas, tú corazón es un tambor - musito mientras se alejaba.
- Si cierras los ojos y golpeas con ritmo podrás ver a los Orishas - suele decirme para transportarme a los lugares que él conoce de mi interior, desde aquel día en que se sentó en mi banco preferido interrumpiendo mi lectura para leer en mis ojos. - Todos los seres humanos tenemos un don escondido niña y él tuyo todavía esta por explotar - dijo hace ya cinco años. Coloco un yembe delante de mí y me pidió que lo acariciará y le explicará que sentía al hacerlo. Yo, incrédula ante aquel hombre que se parecía más bien a una visión que a un ser humano normal y corriente de los muchos que pasean por allí, lo toque y me mantuve en silencio. - Dime que has sentido al hacerlo - me interrogo no sé a estas alturas si con la intención de escuchar mi respuesta o con el deseo de que yo me escuchará a mi misma. - Sentí a un Dios con un hacha en la mano que enseña la lengua burlón y danzarín y una mulata que contonea las caderas mientras mueve una campanilla, unos cuerpos sudando y una mujer gimiendo ¿cuál es el diagnóstico? ¿estoy loca verdad? - le dije a aquel extraño. - Solo el maestro aparece cuando el alumno esta preparado, y tú ya lo estas, tú corazón es un tambor - musito mientras se alejaba.
Sin embargo, todavía a pesar del tiempo que ha pasado mientras el toca yo cierro los ojos y me mezclo con sus tambores, me paro ante los míos, detengo mis manos para observar las suyas y me engancho de nuevo a su ritmo. Él puede ver a esa Conga y su meneante presencia de un lado para otro mezclándose con todos sus sonidos y yo soy capaz de ver su baobab, su rinoceronte y su lanza. No sé si al resto les ocurre lo mismo.
Etnología y Folklore, Academia de Ciencias de Cuba. Num. 8. Año 1969.
Etnología y Folklore, Academia de Ciencias de Cuba. Num. 8. Año 1969.
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